ALGUNAS PAUTAS QUE NOS PUEDEN AYUDAR A LA HORA DE
PENSAR LOS DISTINTOS ENCUENTROS.
¿DE QUE HABLAMOS CUANDO
HABLAMOS DE TESTIMONIO?
Testimonio
Cristiano - Simplemente Estamos Llamados a Compartir
El
testimonio cristiano es simplemente compartir nuestra fe sincera en Cristo -
¡lo que Él ha hecho personalmente para cambiar nuestras vidas! No estamos
llamados a llevar a alguien al cielo a fuerza de discusiones y debates.
¡Simplemente, estamos llamados a compartir! Como en la sala de la corte,
estamos llamados a ser testigos del Evangelio, no a ser el abogado, ni el juez,
ni el jurado... ¡Déjele eso a Dios!
¿DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE MISIÓN?
Papa Francisco © L'Osservatore Romano
“La misión en el corazón de la fe cristiana” (texto completo)
Mensaje del Papa Francisco 2017
(ZENIT –
Ciudad del Vaticano, 4 de mayo 2017). – “La misión en el corazón de la fe
cristiana” es el tema del mensaje del Papa Francisco para la 91ª jornada
misionera mundial, que se celebrará el 22 de octubre de 2017. En el texto publicado
el 4 de junio, en la fiesta de pentecostés, el Papa subraya que “la Iglesia es
misionera por naturaleza”.
“Si no es el caso, añade, no será más la Iglesia de
Cristo sino una asociación entre tantas otras que, rápidamente, terminará por
acabarse su meta es desaparecer”.
El Papa invita a cuestionarse “en lo tocante a
nuestra identidad cristiana y a nuestras responsabilidades como, creyentes en
un mundo confuso por tantas ilusiones, herido por tantas frustraciones y
desgarrado por numerosas guerras fratricidas que afectan de forma injusta sobre
todo a los inocentes. ¿cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón
de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?
La misión de la Iglesia, explica, no es “la
difusión de una ideología religiosa ni la proposición de una ética sublime”:
“es Jesucristo que continúa actuando y evangelizando”. En efecto. “el Evangelio
es una Persona, que se ofrece continuamente”.
“El mundo tiene necesidad esencialmente del
evangelio de Jesucristo” insiste el Papa Francisco. Subraya el papel particular
de los jóvenes que “representan la esperanza de la misión”.
La misión en el
corazón de la fe cristiana
Queridos hermanos y hermanas:
Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos
vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande
evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 7), que
nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la
fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo
sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la
Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de
Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría
rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por ello, se nos invita a
hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad cristiana y nuestras
responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones,
herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras
fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es
el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de
la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?
La misión y el poder transformador del Evangelio de
Cristo, Camino, Verdad y Vida
1.
La misión de la
Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre
la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae
consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de
Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte
en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que
nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino,
experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que
es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos
libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
2.
Dios Padre desea
esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se
expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una
vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria
de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus
haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en
palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11),
es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación
humana (cf. Jn 1,14).
La misión y
el kairos de Cristo
3.
La misión de la
Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la
propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer
grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la
Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa
el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del
anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de
modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora
de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la
lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña
una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto,
por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una
fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).
4.
Recordemos siempre
que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI,
Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que
continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe
humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en
su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así,
por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del
pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación,
se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y
estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se
convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio
de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).
5.
El mundo necesita
el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia,
continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de
la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han
perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan
experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del
Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su
propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado.
Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por
aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando
un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito
desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración
fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en
muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la
cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas
partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.
La misión inspira
una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio
6.
La misión de la
Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de
«salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La
misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a
través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes
experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia
propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al
hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la
patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.
7.
La misión dice a la
Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y
mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos
terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso.
Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por
salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades» (ibíd., 49).
Los jóvenes,
esperanza de la misión
8.
Los jóvenes son la
esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él
siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en
práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son
muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en
diversas formas de militancia y voluntariado […]. ¡Qué bueno es que los jóvenes
sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a
cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (ibíd., 106). La próxima Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018
sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta
como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la
responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.
El servicio de las Obras Misionales Pontificias
9.
Las Obras
Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada
comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus
seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través
de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un
compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes,
adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que
crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones,
promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para
que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de
la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta
a las graves y vastas necesidades de la evangelización.
Hacer misión con María, Madre de la evangelización
10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión
inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el
Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que
la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la
Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de
resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte;
que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar
nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO
HABLAMOS DE SERVICIO?
El amor en el servicio
Los primeros depositarios o receptores de ese amor
servicial deben ser los integrantes de nuestra propia familia
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
En una de las ocasiones que los discípulos vinieron
a Jesús, le preguntaron quién podría ser el primero de entre todos ellos, y Él
les respondió: “el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de
ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se
haga el esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por una muchedumbre”.
(Mateo 20:26-28)
El servicio fue una de las mayores manifestaciones
del amor de Cristo hacia nosotros. Desde que inició su ministerio en la tierra,
tras ser bautizado por Juan el Bautista, nuestro Señor dedicó su tiempo a
enseñar sobre el reino de los cielos, sanar a los enfermos, ayudar a los
necesitados, preparar a sus discípulos, ¡resucitar a los muertos!, etcétera.
Debió ser abrumador, día tras día, permanecer en
esa actitud de servicio, ver a las multitudes venir en pos de Él en busca de
ayuda, y ofrecer siempre compasión y misericordia a aquellos que lo
necesitaban. Sin embargo, es obvio que su servicio era una respuesta natural de
su amor. Era éste lo que lo impulsaba a continuar haciendo bien a los demás, y
a seguir obedeciendo la voluntad de su Padre.
El servicio de Jesús era parte de su naturaleza
humilde. Y dicho servicio fue tan legítimo, tan constante y tan extremo, que
pronto se convirtió en sacrificio. El Padre lo envió, pero Jesús decidió
entregar su vida voluntariamente por todos nosotros, a pesar de que sabía que
al final el precio sería la muerte. Su tiempo, su dedicación, su vida entera
fueron dedicados a un propósito específico, a una misión única: la salvación de
la humanidad, y no se detuvo sino hasta llegar al final, la cruz.
Lo que debe inspirarnos a servir es el amor. El
amor a Dios y el amor a los demás. Dice el apóstol Pablo: “Cualquier trabajo
que hagan, háganlo de buena gana, pensando que trabajan para el Señor y no para
los hombres”. (Colosenses 3:23). Sin embargo, sabemos que también el amor a los
demás nos inspira a servirlos cuando tienen alguna necesidad. No para obtener
alabanza y mérito, sino por un amor puro, no sólo incondicional sino
sacrificial.
Los primeros depositarios o receptores de ese amor
servicial deben ser los integrantes de nuestra propia familia, pues ¿cómo
podemos ir y amar a otros si no amamos antes a nuestra familia y hacemos
nuestro hogar el lugar óptimo para el servicio?
En la respuesta de Jesús a sus discípulos Él
utiliza la palabra siervo, pero también la palabra “esclavo”. Si lo pensamos de
manera coloquial, ser esclavo de algo o de alguien no hace sentido,
especialmente en este siglo, cuando se habla tanto del amor propio, la
autoestima, los derechos civiles, la equidad, etcétera. Pero lo que Cristo
quería decir es que, cuando una persona decide servir a los demás, sin límites,
aprovechando cada oportunidad, o incluso buscando la oportunidad, su dedicación
y entrega pueden ser comparables a las de un esclavo, con la diferencia de que
el esclavo lo es en contra de su voluntad, pero quien elige ser “esclavo” de
otros sirviéndolos lo hace por deseo propio, y lo hace gozoso, no con amargura.
Dios ama a los que se humillan y los
exalta; Dios ama a los que sirven y les da un lugar especial; Dios ama a los
que aman y los recompensa abundantemente.
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